jueves, 29 de abril de 2010

El arte en la punta de una aguja.

Ondas entrecruzadas, flores estilizadas y figuras lineales que se repiten armoniosamente, forman un dibujo que se asemeja a la identificación de una tribu lejana del Asia. Estas marcas de tinta,  forman parte del tatuaje que Rafael Cárcamo tiene en el brazo derecho a modo de brazalete. A parte de esta marca peculiar, nada más haría adivinar que su poseedor es uno de los más antiguos profesionales del tatuaje en La Paz. Vestido con una camisa de manga corta y pantalones de tela, su atuendo se asemeja más al de un oficinista que trabaja en el centro paceño.
“Este diseño me lo hizo mi esposa”, comenta Rafael, quien hace 27 años trabaja marcando el cuerpo de las personas en su estudio de tatuaje denominado Rama.
Rama es una deidad védica de la religión Krishna, que Rafael profesó por algún tiempo, sin embargo comenta que  el nombre de su estudio en realidad se debe a la unión de las primeras sílabas de su nombre y el de su esposa.
A pesar de que la práctica del tatuaje se remonta a la antigüedad y era cotidiana en muchas culturas alrededor del mundo, las sociedades actuales discriminan y estigmatizan a las personas que tienen tatuajes, dice Rafael quien además se refiere al desplazamiento que sufren estas expresiones artísticas no académicas: “en Bolivia, muchas etnias lo practicaron antes de la colonización, por eso considero que el tatuaje debería ser una rama más del árbol del arte, junto a la pintura, la escultura o la música.”
Con cierto aire de trizteza Rafael nos comenta que algunas culturas de la antigüedad usaron el tatuaje para estigmatizar a las personas. Los romanos por ejemplo tatuaban a los delincuentes en el brazo y lo alemanes empleaban el mismo método para identificar a los judíos, recuerda Rafael quien además de ser artista del tatuaje se ha interesado por aprender su historia. Esta puede ser una de las razones para la discriminación al tatuaje por parte de sociedades que no aceptan totalmente esta práctica cultural. “Incluso en Japón, que tiene un tradición cultural relacionada al tatuaje, hay generaciones antiguas que lo ven mal”, afirma Rafael.
 El aprendizaje de este arte cuyo lienzo es la piel, requiere mucho esfuerzo. No existe en Bolivia una escuela donde uno pueda aprender a tatuar. Se requieren conocimientos artísticos profundos, habilidad en el dibujo y conocimiento de la anatomía de la piel, primeros auxilios, la parte técnica de la maquina de tatuar y algo de psicología, además de conocimientos de esterilización, comenta Rafael mostrando la autoclave que utiliza para mantener su equipo en condiciones optimas de higiene y salubridad.
“Siempre quise ser artista, pero no en el campo del óleo o la pintura, sino con una técnica nueva ”, cuenta Rafael quien recuerda que aprendió a marcar cuerpos a los 17 años, observando el  trabajo de artistas callejeros, quienes no trabajaban con las condiciones de seguridad que se requiere. Esto animó a Rafael a indagar más y montar un estudio de tatuajes serio que cuente con todo el equipo necesario y las autorizaciones sanitarias correspondientes.
La responsabilidad y la ética son indispensables en este rubro, donde se pone en juego la propia vida y la de los otros, por eso, para ser tatuador es necesario tener un profundo respetó por la vida, afirma Rafael. No todos los materiales que se usan para realizar un tatuaje son desechables, por lo que se debe tener mucho cuidado con su manipulación. Ambos, cliente y tatuador están en riesgo por lo que Rafael se hace controles cada cierto tiempo para verificar su estado de salud. Recuerda que una vez se pincho el dedo con la maquina de tatuar y como la inquietud y la dudad no lo dejaron tranquilo por muchos días. “No puedes preguntarles a todos tus clientes si están sanos o si tienen Sida”, agrega en tono jocosos Rafel.
En los cuarteles existe la costumbre de tatuarse, como recuerdo de haber tenido el honor de servir a la patria, sin embargo esta práctica no se realiza con las normas de seguridad debidas: “me han comentado que molían una batería o pila para extraer el carbón y lo mezclaban con un poco de orina del sujeto que se iba a tatuar, y la aguja, era una aguja común de coser con un hilo en la punta que servía como tope” recuerda Rafael quien comenta que ahora existen tatuadores clandestinos que cobran cinco o diez bolivianos por hacer el trabajo en los cuarteles, pero con el peligro trabajar sin normas de seguridad, poniendo a los conscriptos en el riesgo de adquirir enfermedades virales como la Hepatitis B, C y el VIH.
A pesar de tener cuidado con el proceso, en cuestión de asepsia y sanidad, algunas personas son irresponsables y se olvidan que el tatuaje es una herida en la piel que debe tener cuidados especiales: “algunos clientes a los dos días se van a una fiesta y si en la discoteca o en el ambiente el aire  está contaminado fácilmente puede infectarse el tatuaje” , comenta Rafael mostrando el formulario que el cliente debe llenar antes de realizarse una marca permanente en la piel. Al ser esta una marca para toda la vida no es posible que las personas menores de edad se la realicen sin consentimiento de sus padres o tutores. Rafael menciona que no tatua personas jóvenes que quieran hacerse un diseño que contenga frases negativas porque uno no sabe porque caminos los llevara la vida, algunos podrían terminar como ejecutivos en una empresa y una marca así podría acarrearles problemas.
Existen muchos estudios que como el de Rafael cuentan con la autorización del Sedes y el Gobierno Municipal, pero muchos otros trabajan de manera clandestina siendo una fuente potencial de peligros para las personas que quieren tener en la piel algo diferente.

Gustavo Linares

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